miércoles, 17 de febrero de 2010

Te vi... y te amé.

La noche estaba oscura, el aire olía a humedad, la carretera apenas era visible. Los faros del auto se abrían paso por aquella nebulosidad. Él divagaba mientras conducía.


Pensaba en la última relación que había tenido… un total fracaso. Se preguntaba si algún día conocería a la mujer indicada para entregarle todo aquello que estaba en su interior y que nunca había tenido la oportunidad de demostrar. Sus pensamientos lo absorbían mientras sentía esa soledad en el cuerpo; hacía frío, pero él lo sentía más dentro de sí.

De pronto, se dio cuenta de aquel auto que estaba parado a la orilla de la vía. La lluvia había comenzado a caer con fuerza inusitada, los relámpagos iluminaron una silueta femenina inclinada sobre el motor del vehículo. Aplicó el freno sin pensarlo dos veces, se apeó del auto y caminó resuelto hacia ella; las gotas frías de la lluvia lo hicieron estremecer. Al acercarse notó que ella estaba empapada, de seguro estaba afuera desde que comenzó a caer la tormenta.

Ella lo miró, la luz de un relámpago iluminó brevemente su rostro. Era atractiva, su tez morena y rasgos latinos le daban una belleza singular, él preguntó en perfecto alemán: “Ich Ihnen helfen?” ella lo miró y dijo: “disculpa sólo hablo español”. Él sonrió y titubeante repitió: “¿le puedo ayudar?, ella rió al tiempo que dijo: “gracias a Dios hablas español, el auto se averió, podrías intentar repararlo”. Ese primer contacto pareció hacerlos olvidar todo, no les importo la lluvia, ni sintieron el frio de la noche, sólo parecía que existieran ellos dos. Al instante se sintieron intensamente atraídos.

Él se inclinó, miró el motor y revisó cada parte intentando repararlo; sintió la mirada de aquella chica sobre sí, el corazón le latía con fuerza y un ligero temblor se apoderó de su espina dorsal, con disimulo recorrió el rostro y cada detalle de aquel cuerpo mojado y tembloroso.

Ella sentía que la lluvia penetraba todo su ser, pero notó que un rico calor le subía por el vientre mientras admiraba a ese hombre alto, rubio y bien parecido. Sentía como si lo conociera de toda la vida.

Aquel movimiento pareció surgir al mismo tiempo, ambos sonrieron y se acercaron uno al otro; él la tomo del hombro e intento llevarla dentro del auto, ella se dejó conducir dócilmente. En ese instante estalló un relámpago impresionante iluminando todo el campo, la lluvia arreció e instintivamente ella se abrazó al hombre, ese leve contacto pareció desencadenar una nueva tormenta, pero ésta fue intempestiva y apremiante, se desató con la furia de pasiones contenidas, una corriente eléctrica traspasó ambos cuerpos haciéndolos estremecer de placer, las bocas se buscaron con avidez, deseando beber de un sorbo toda aquella miel embriagadora.

Las manos, ágiles y rápidas, volaban acariciando, apretando, explorando, deseando. Los labios se deslizaban saboreando, degustando, devorando cada pulgada de piel. La lengua de cada uno lamía, percibía… se enredaban en un frenesí de locura, placer y deseo.

Sus cuerpos ya no les pertenecían, sólo respondían ante el primitivo impulso de ser saciados; sus mentes no racionaban, se encontraban desarmadas ante aquel torbellino de pasión desenfrenada… como aquella tormenta, sin más razón que la naturaleza arrebatada.
La puso de espaldas a él, con una mano bajo el capo de auto, la inclinó, metió las manos debajo de su falda… la sintió estremecer, esa reacción avivó el deseo, lentamente la despojó de aquella prenda tan intima, se acuclilló deslizando las bragas con suavidad, ella levanto alternadamente los pies para dejar que la prenda fuera retirada. Él miró aquellas piernas que terminaban en el paraíso, sintió agolpar su sangre; sus manos recorrieron aquel camino a la tentación, su lengua lamía, saboreaba aquel manjar donde las gotas de agua se deslizaban formando minúsculos arroyuelos; ella gemía, a cada lengüetazo sus piernas se separaban lentamente, mientras las manos de él subían enrollando su falda, dejando al descubierto aquel templo al cual él quería entrar y perderse dentro irremediablemente…

Se levantó y besó su nuca, acarició su espalda y le dijo al oído: “ardo en deseos de mojarme en ti”. Ella se sintió desfallecer, él la sostuvo por la cintura mientras se amoldaba a ella; su virilidad luchaba por escapar de su prisión, con una mano acariciaba su pecho mientras que con la otra liberaba su virilidad; ella suspiraba, temblaba, deseaba, anhelaba sentirse plena, llena, complementada con aquel hombre que la hacía perder la cabeza...
Lentamente penetró aquel templo cálido, húmedo, delicioso, los gemidos se confundieron en uno solo; sus movimientos se acoplaron en un rítmico vaivén, era una entrega de fuego y pasión; los movimientos se hicieron más rápidos y fuertes, los dos se sentían estallar en un mar tempestuoso y embravecido, una mezcla de fuego abrasador y relámpagos centellantes. Los cuerpos se estremecieron al unisonó, los músculos se tensaron y los gemidos eran como truenos en la noche...
En un instante el mundo pareció detenerse, en sus rostros se dibujo una expresión de placer y lujuria, en aquel preciso instante, sus cuerpos estallaron en una oleada de placer orgásmico que los transporto al paraíso. Así como la calma se hace después de una gran tormenta, así volvió la cordura a ellos, con suavidad él la tomo y la hizo girar, ella se abrazo a su cintura, con voz baja casi en un suspiro él le dijo: “Te vi y… te amé”.

Gracias a Lexy

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